jueves, 6 de octubre de 2011

Noche clara.

Oscurece...te atenaza la incertidumbre.

Oscurece…


Las noches claras son las peores. No es la oscuridad, es la luz; son los campos. Lo estas sintiendo, pugna por salir de ti en una batalla entre el orden y el caos, una batalla que estas destinado a perder, no así, no con ella luchando a su lado.


Sabías que pasaría, algo en lo más profundo de tu ser dormía. Un mal anciano, oscuro y malvado. Le escuchas, habla y cada palabra es como una serpiente que te embauca para comer del Árbol Prohibido.
Te encierran en casa, es peligroso salir, muchos mueren; otros pierden la cabeza. La paranoia se apodera de tu pueblo. Primero fue un chico desconocido, luego tu vecina. Salen de noche y desaparecen, no regresan.


Es hermosa, su tez blanca y su imponente presencia te han fascinado desde pequeño; brilla por encima de todas las demás, diosa entre diosas, hembra de hembras. Esta noche reclama tu presencia una vez más, reclama a su protector, a su guerrero, a su heraldo.
La voz te habla:


-Vé- Te dice – No puedes resistir su llamada – 


Tu razón se niega. – ¡No! - Gritas – ¡no seré su esclavo nunca más! – te giras y la encaras, mirándola con desdén mientras te observa tras el cristal de tu ventana – ¡No me usarás más en tus juegos!–
Ella se aleja, comienza a esconder su blanca cara entre los arboles de ese bosque cercano, ese bosque donde os entregasteis a la pasión entre altos nogales e insignificantes helechos. Mientras tu lado pasional comienza una guerra en el interior de tu alma, lucha contra tu razón, contra aquello que es inteligente; contra todo lo que debería ser y debe seguir siendo. 


Tomas impulso y saltas, aterrizas en el suelo entre un mar de perlas que provienen de tu cristal y que brillan en la blanca noche. La persigues, deseas poner fin a su miserable vida, ella depende de ti.
Tú eras su protector, su Quijote, su Romeo, su Tristam. 


Ella es tu reina, tu Dulcinea, tu Isolda.


Pero ya nunca más, hoy debe acabar; sus palabras, sus juegos… tus largas noches de pasión.
Llegas al un claro en el bosque, ruges por el esfuerzo y tus piernas protestan. Ella te espera, quieta, mirándote; preciosa, magnífica… mortal.
Avanzas, tienes que hacerlo. La furia que conquistó tu alma en lucha con la razón chilla, quiere salir, y sale.


Te duele; no lo entiendes, la odias pero la amas, la repudias pero la necesitas, ella es parte de ti y tú eres parte de ella, unidos en un amor mortal por los siglos de los siglos.


Cambias, tu pelo crece y se endurece, tus dientes y uñas se desarrollan, tu cara se transforma.
Te ha derrotado una vez más, estas condenado por siempre a amarla, por siempre a ser portaestandarte de una batalla perdida.
Eres un hombre lobo, y esta noche volverás a ofrecerle un sacrificio humano.

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